martes, 28 de abril de 2009

El avión

Cuantas madrugadas llegando al aeropuerto para coger el primer avión, ese que me aleja de ti, ese que nunca querría coger, cuantas mañanas deseando que el taxi no venga a buscarme y nunca pasa, todos los lunes lo mismo, me levanto a las cuatro, a la hora en la que todavía no han encendido las calles, una ducha rápida, un beso a los niños (cuidado no vaya a despertarlos), coger la maleta y bajar a la puerta para que el taxi cuando llegue no tenga que tocar el timbre y al aeropuerto, tres cuartos de hora después, la misma cola de todos los lunes, la cara de la azafata todavía muestra los restos del sueño perdido, la misma pregunta de siempre " ¿Nada que facturar?", luego pasar el control de acceso, los guardias ya ni me miran, cualquier día paso alguna cosa prohibida solo por darles un susto, luego media hora esperando en ese pasillo casi desierto, a la hora en la que todavía no han abierto ni las cafeterías del aeropuerto, una cabezadita rápida y al avión. Y luego el avión, esa caja oscura con alas, ese lugar triste y solitario, ese espacio en el que confluyen tantos iguales a mí, todos iguales, trajes oscuros, maletas pequeñas, caras de sueño. Y todo para llegar a ese trabajo que quiero abandonar, ese trabajo que nunca he querido, para vivir cuatro días y medio contando los minutos, los que faltan para que lleguen las seis de la tarde del viernes, cuatro días en los que sobrevivo para esa media que paso hablando contigo, medía hora para resumir tu vida y la mía, media hora para abrazar en la distancia tu cuerpo tibio, media hora para renacer en los niños, jugar a juegos ficticios, pero entonces llega el día, hoy ya es viernes y respiro, vuelvo a coger otro avión, ese si, alegre, iluminado, vivo, de mil colores, de brillo nacarado, ese avión que por dos días me hará sentir renacido.


Porque lo prometido es deuda, Beauseant, y por que algún día, quizás, todos mis vuelos serán por gusto.