lunes, 27 de abril de 2009

Recomenzar

Eras de cristal,
de ese cristal fino y claro,
como las copas de antaño.

Eras como el cielo limpio
de una clara madrugada
en un día de verano.

Y llego la tormenta negra,
y llego el viento lejano,
para hacer añicos tu alma,
para hacer encallar tu barco.

Más no desesperes mi niña,
no rompas tus ojos en llanto,
que el día que ha de llegar,
mas que tarde, temprano
y ha de ocupar su lugar
el amor que cura y alivia,
el que hace florecer,
la flor en tu corazón sano.

Desde la barra del bar desde la que todos los días veo pasar la vida, agarrado a esa última copa que nunca se acaba, soñando todavía con ese día en el que te fuiste corriendo.